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Los puntos clave
- Una herida cerrada puede parecer sanada, pero por un tiempo, cualquier nuevo trauma puede reabrirla fácilmente.
- Cuando nuestro dolor no es reconocido o atendido apropiadamente por nuestros cuidadores, aprendemos a alejarlo.
- La emoción, no la perspicacia, es el motor último de la sanación.
En mi calidad de consultora sobre el distanciamiento padre-hijo adulto, hablo con muchas personas que han estado en terapia y han aprendido mucho sobre sí mismas.
Estos clientes, en su mayoría padres distanciados involuntariamente, a menudo mencionan las privaciones de su infancia y lo duro que trataron de salvar a sus hijos al ser padres de manera diferente.
Estos padres saben que ellos mismos no obtuvieron lo que necesitaban cuando eran niños. En algunos casos, incluso pueden enumerar las necesidades emocionales que nunca se cumplieron para ellos.
Pero a pesar de todo el conocimiento y la autocomprensión obtenidos en terapia, el alejamiento no deseado de sus hijos ahora adultos todavía desencadena los mismos sentimientos de rechazo, insuficiencia y vergüenza sin fundamento en ellos.
La comprensión no es suficiente
La comprensión es valiosa. La comprensión puede ayudarnos a sentirnos mejor con nosotros mismos. Pero no es lo mismo que sanar. Una herida cerrada puede parecer sanada, pero por un tiempo, cualquier nuevo trauma puede reabrirla fácilmente. De manera similar, nuevas lesiones como el distanciamiento por parte de los hijos adultos pueden exponer heridas emocionales no cicatrizadas.
No es la falta de comprensión lo que invita al dolor. Es más la necesidad de sanación.
Cuando entiendes tu dolor pero no te sientes mejor a través de ese entendimiento, puede ser confuso. Una vez que hayas hecho conscientes a los desencadenantes inconscientes, una vez que hayas entendido las raíces de tu dolor, ¿no deberían desaparecer esos desencadenantes?
La respuesta es no.
Una vez que te comprendes a ti mismo y a tu historia intelectualmente, la mejor manera de avanzar en la terapia es revisitar conscientemente y experimentar emociones no sanadas en un entorno de apoyo y crianza.
Sentirlo para sanarlo
La primera vez que fuiste herido, y las cien veces después de eso, ¿quién notó tu dolor y te ofreció preocupación y amabilidad?
Aprendemos autocompasión y compasión por los demás al recibirla. Cuando otros expresan empatía por nosotros, podemos tolerar mejor el dolor emocional, darle sentido y comenzar a curarnos de él.
Cuando nuestro dolor no es reconocido o atendido apropiadamente por nuestros cuidadores, aprendemos a alejarlo. El dolor emocional que se ignora o se suprime activamente tiende a supurarse.
Podemos mirar hacia atrás a nuestros primeros días y encontrar compasión por nuestra versión más joven, que tuvo que ignorar su dolor y seguir adelante.
Pero la única manera de sanar el viejo dolor es invitarlo a la luz y darle nuestra amable atención. No solo con nuestras mentes, sino con nuestros corazones.
El testigo compasivo
Una de las herramientas más poderosas de un terapeuta competente es la voluntad de sentarse con el dolor de sus clientes. Sin alejarlo. Sin apresurarse a intelectualizarlo. Solo estar con él y cuidar a la persona que lo siente.
Cuando tu terapeuta es un testigo compasivo de tus emociones, aprendes a estar ahí para ti mismo. Su enfoque suave y de aceptación crea un modelo mental para que lo uses contigo mismo y con otros fuera de la sala de terapia.
La emoción, no la perspicacia, es el motor último de la sanación. Pídele a tu terapeuta que te ayude a sentir tus sentimientos con seguridad. Es potencialmente uno de los mayores beneficios de la terapia.
Para encontrar un terapeuta, visita el directorio de Psychology Today.
A version of this article originally appeared in English.
