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Verificado por Psychology Today

Stephen A. Diamond Ph.D.
Stephen A. Diamond Ph.D.
Terapia

Secretos esenciales de la psicoterapia: el niño interior

¿Ya pasó algo de tiempo tu yo adulto con tu niño interior?

El comportamiento destructivo toma varias formas: desde un autosabotaje sutil y patrones autodestructivos hasta hostilidad pasiva y síntomas autodestructivos severos, agresión violenta y, a veces, malas acciones. Comúnmente, el comportamiento autodestructivo en los adultos tiene la calidad impulsiva e impetuosa de la petulancia infantil y los berrinches temperamentales de los narcisistas. O la necesidad, dependencia y terror infantiles hacia el abandono. O toma la forma de irresponsabilidad y negación enojada de ser un adulto: “el síndrome de Peter Pan” o lo que lo que conocen los Junguianos como complejo de puer o puella. La noción Junguiana arquetípica del puer aeternus (masculino) o (femenino) puella aeterna, el niño eterno, brinda las bases para lo que se ha llegado a conocer en la psicología pop y los movimientos de autoayuda (ver, por ejemplo, las obras del Dr. Eric Berne, la Dra. Alice Miller o John Bradshaw) como el niño interior. ¿Qué es exactamente el niño interior? ¿Existe de verdad? Y, ¿por qué debería importarnos?

Para empezar, el niño interior es real. No literal ni físicamente. Sino metafórica y figurativamente. Es, como los complejos en general, una realidad psicológica o fenomenológica, una realidad bastante poderosa. En efecto, la mayoría de los trastornos mentales y patrones de comportamiento destructivo están más o menos relacionados a esta parte inconsciente de nosotros mismos, como descubrió Freud. Todos fuimos niños alguna vez y todavía tenemos a ese niño habitando dentro de nosotros. Pero la mayoría de los adultos ya no son conscientes de esto. Y esta falta de relación consciente con nuestro propio niño interior es precisamente el origen de muchas dificultades emocionales, de comportamiento y de relaciones.

El hecho es que la mayoría de los autoproclamados adultos no son adultos en absoluto. Todos nos hacemos más viejos. Cualquiera puede hacer eso con algo de suerte. Pero, hablando psicológicamente, esto no es la adultez. La verdadera adultez se basa en reconocer, aceptar y tomar responsabilidad por amar y criar al propio niño interior. Para la mayoría de los adultos, esto nunca pasa. En su lugar, su niño interior es rehusado, olvidado, menospreciado, abandonado o rechazado. La sociedad nos dice que “crezcamos” y dejemos las cosas infantiles de lado. Para volvernos adultos, se nos enseña que nuestro niño interior, que representa nuestra capacidad de ser inocentes, de maravillarnos, de sentir alegría, sensibilidad y de ser juguetones, debe silenciarse, ponerse en cuarentena o incluso aniquilarse. El niño interior compone y potencia estas cualidades positivas. Pero también contiene nuestros enojos, temores, traumas y dolores infantiles acumulados. Los “adultos” están convencidos de que han madurado, desechando a este niño y su bagaje emocional. Pero esto está muy lejos de ser verdad.

De hecho, estos llamados adultos están constantemente influenciados por este niño, sin saberlo, incluso pueden estar siendo controlados silenciosamente por este niño interior inconsciente. Para muchos, no es un yo adulto el que dirige sus vidas, sino un niño interior emocionalmente herido habitando el cuerpo de un adulto. Un niño de cinco años con aspecto de cuarentón corriendo por ahí. Es un niño (o niña) asustado, enojado y herido tomando decisiones de adulto. Un niño enviado al mundo a hacer el trabajo de un hombre. Un niño de cinco o diez años intentando tener relaciones adultas. ¿Un niño puede tener relaciones maduras? ¿Una carrera? ¿Una vida independiente? Pero esto es precisamente lo que nos pasa a todos hasta cierto punto. Y luego nos preguntamos por qué se destruyen nuestras relaciones. Por qué nos sentimos tan ansiosos, tan temerosos, tan inseguros, tan inferiores, tan pequeños, tan perdidos, tan solitarios. Pero piensa en esto: ¿de qué otra forma se sentiría un niño que tiene que defenderse en un mundo aparentemente adulto sin supervisión parental apropiada, sin protección, sin estructuras, sin apoyo?

Este es el confuso estado de las cosas que vemos frecuentemente en buscadores de psicoterapia. No es un trastorno de identidad disociativa (personalidad múltiple), sino un tipo mucho más común, generalizado e insidioso de disociación socialmente aceptada. Pero si podemos reconocer este problema por lo que es, podemos empezar a tratar con él, al elegir volvernos adultos no solo psicológicamente sino también cronológicamente. ¿Cómo se logra esto?

Primero, uno se vuelve consciente de su propio niño o niña interior. Permanecer inconsciente es lo que empodera al niño interior disociado para que tome posesión ocasional de la personalidad, a subyugar la voluntad del adulto. Luego aprendemos a tomar en serio a nuestro niño interno, y a comunicarnos conscientemente con ese pequeño en nuestro interior: a escuchar cómo se siente y qué necesita de nosotros aquí y ahora. Las necesidades primarias frecuentemente frustradas de ese perenne niño interior, que buscaba amor, aceptación, protección y comprensión, siguen siendo las mismas ahora que cuando éramos niños. Como pseudo adultos, intentamos, sin éxito, forzar a otros a satisfacer estas necesidades infantiles por nosotros. Pero esto está condenado al fracaso. Lo que no recibimos en suficientes cantidades de nuestros padres en el pasado como niños, debe confrontarse en el presente, aunque sea doloroso. Los traumas pasados, la tristeza, las decepciones y la depresión no pueden cambiarse y deben aceptarse. Volverse un adulto significa aceptar este “trago amargo”: desafortunadamente para la mayoría de nosotros, ciertas necesidades infantiles no fueron satisfechas, ya sea maliciosamente o no, por parte de nuestros padres o cuidadores imperfectos. Y nunca serán satisfechas, sin importar qué tan buenos o inteligentes o atractivos o espirituales o amorosos nos volvamos. Esos días ya se terminaron. Lo que se hizo no puede deshacerse. Como adultos no debemos esperar que otros satisfagan todas estas necesidades no satisfechas en la infancia. No pueden. La auténtica adultez requiere tanto aceptar el pasado doloroso y la responsabilidad primaria para cuidar de las necesidades del niño interior, por ser un padre “lo suficientemente bueno” para él ahora y en el futuro.

Al menos en el tipo de psicoterapia que practico, la parte adulta de la personalidad aprende a relacionarse con el niño interior exactamente como un buen padre se relaciona con un niño de carne y hueso, dándole disciplina, límites y estructuras. Estos son todos elementos indispensables, junto con apoyo y aceptación, de amar y vivir con un niño, ya sea metafórico o real. Al iniciar y mantener un diálogo constante entre los dos, se puede lograr una reconciliación entre un niño interno y un adulto maduro. Se puede crear una relación mutuamente benéfica, cooperativa, simbiótica en la que las necesidades a veces en conflicto del yo adulto y el niño interior se pueden satisfacer creativamente.

¿Tu yo adulto ya pasó tiempo con tu niño interior hoy?

Este es un extracto del libro del Dr. Diamond.

A version of this article originally appeared in English.

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