Matrimonio
La inquietud de los siete años, ¿mito o triste realidad?
Cuando las personas hablan sobre la comezón de los siete años, ¿es una excusa o un impulso biológico?
29 de enero de 2021 Revisado por Davia Sills
La frase “la comezón de los siete años” aparece periódicamente en conversaciones casuales: los observadores intentan explicar los problemas de relación de otras parejas, las personas intentan explicar su propia incomodidad en su relación o las parejas pueden usarla como un excusa para su ojo inquieto. Pero, ¿qué tan buena excusa?
¿La marca de los siete años pone las relaciones de las parejas en riesgo?
La idea básica detrás de “la comezónde los siete años es que las parejas románticas experimentan turbulencia y un punto potencial de ajuste de cuentas después de haber pasado alrededor de siete años juntos. Percibida como una coyuntura crítica, la inquietud de los siete años se define como un periodo en el que las parejas evalúan: o se dan cuenta de que su relación no está funcionando o se sienten profundamente satisfechas y comprometidas con su relación.
¿Es real la inquietud de los siete años?
Desde una perspectiva de desarrollo en las relaciones, la comezón de los siete años tiene un atractivo de sentido común. Inicialmente, las parejas recién casadas experimentan un punto alto en su relación muy bien documentado, comúnmente conocido como la fase de luna de miel. Esta fase es caracterizada por una alta satisfacción con la relación (Kurdek, 1998). Las parejas están gozando de una infatuación mutua, en la alegría (o alivio) de haber cumplido con la expectativa social del matrimonio, y/o con ilusiones color de rosa sobre cómo será el matrimonio y la vida con su pareja. Es un sentimiento maravilloso.
Y luego… hay una transición. Las parejas recién casadas, particularmente aquellas que no cohabitan antes, deben negociar las tareas y responsabilidades, coordinar su balance con la vida laboral y combinar sus vidas de muchas otras maneras. Este proceso no siempre es suave. Mientras que no todas las parejas avanzan por sus primeros años de la misma manera (Lavner & Bradbury, 2010), la mayoría experimentan algunos declives en la satisfacción conforme continúa su relación.
Si los declives en la satisfacción llegan a su punto más bajo aproximadamente después de siete años, tal vez eso explicaría la frase común, la comezón de los siete años. Pero, el punto más bajo de insaciabilidad parece llegar antes.
¿O serán cuatro años?
Aunque las personas hablan sobre siete años, históricamente, los índices de divorcio llegan al punto máximo alrededor de los cuatro años (Fisher, 1989). La antropóloga Helen Fisher argumenta que este vado a los cuatro años tiene sentido desde una perspectiva evolutiva.
En el transcurso de la evolución humana, las mujeres que cambiaban pareja después de cuatro años juntos (tiempo suficiente para cocriar durante los primeros años de un par de hijos) podrían haber tenido una ventaja adaptativa. Al participar en un “emparejamiento serial” podían variar la composición genética de sus crías. Al momento del punto culminante en los índices del divorcio podría reflejar este impulso natural hacia la variación.
Una investigación más reciente (Kulu, 2014) sugiere que los índices de divorcio se elevan después del matrimonio y luego llegan a su punto máximo alrededor de los cinco años. Luego, los índices de divorcio decaen continuamente conforme aumentan los años juntos. Este patrón de subir y bajar recuerda al argumento de la comezón de los siete años, pero ocurre un poco antes (una comezón a los cinco años, tal vez), de lo que sugiere la frase.
Vulnerabilidad en una relación basada en tiempo
Parece que la comezón de los siete años debería más bien llamarse comezón de los cuatro o cinco años, pero incluso entonces, hay espacio para mejorías. Por ejemplo, ¿cuándo se empiezan a contar los siete (o cuatro o cinco) años? ¿Cuando una pareja empieza a salir? ¿Cuando la pareja se casa? La mínima investigación existente en cuanto a este tema en específico parece asumir un punto de partida en el matrimonio, pero, las parejas suelen cohabitar antes del matrimonio, cocriar fuera del matrimonio o nunca casarse pero estar completamente comprometidos el uno con el otro.
Incluso si la inestabilidad en una relación sube y baja en ciertos intervalos, tiene pocas probabilidades de que el tiempo en sí sea un factor que impulse la incertidumbre entre las parejas, el interés en otras parejas potenciales o angustia generalizada. Si el estrés externo tiende a llegar a su punto máximo siguiendo un patrón en particular (por ejemplo, estrés familiar o financiero elevado) entonces esos factores (y no el tiempo) son dignos de nuestra atención. Aprender cómo proteger a las parejas de los efectos adversos del estrés externo podría ayudar a apoyarlas en el camino hacia una trayectoria más estable y suave.
Imagen de Facebook: Marcos Mesa Sam Wordley/Shutterstock
A version of this article originally appeared in English.