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Verificado por Psychology Today

Amigos

El eros de la amistad: ¿qué hacer con una pasión platónica?

Las amistades son romances del corazón. ¿Cómo podemos aprender a tratarlas de esa forma?

Todo amigo es un amante también. No un amante sexual necesariamente, a menos que los amigos estén jugando al estira y afloja, lo que usualmente marca el final de la amistad. Son amantes en el sentido de un vínculo compartido relacionado con la pasión, el trabajo o los secretos. A veces el vínculo que se comparte es una herida o un enemigo común, y otras veces una extraña reciprocidad que coquetea con la atracción romántica que se dirige a algo más allá de entre ellos. Muchas amistades cercanas comienzan con sentimientos románticos, aunque no queramos admitirlo. Nos confunden las emociones que se sienten esporádicamente, más que platónicas y que pueden incluir o no atracción física.

Tomemos de ejemplo el bromance. O intenta entrar en medio de las chicas de Sex and the City, que alaban su asamblea cosmopolita. Somos deshonestos con nosotros mismos acerca de los sentimientos eróticos (erótico no quiere decir sexual), a menudo escondemos la verdad de nuestros amigos. Negamos nuestros deseos hacia ellos, la forma en que suspiramos por ellos como Tristán e Isolda, los sentimientos desordenados y contradictorios que la amistad no debería detonar, dicen nuestras mentes, pero a menudo lo hace. Sentimos una atracción profunda por nuestros mejores amigos. Anhelamos nuestra mutua compañía. Añoramos cosas específicas el uno del otro. Esto explica la variedad de amigos cercanos que una persona tiene. Todos tenemos miles de compartimentos internos, cada uno con su propio gusto por una determinada compañía.

Nos adherimos a nuestros amigos para obtener un sentimiento de totalidad, afirmación, pertenencia y amor; para honrar memorias y cumplir promesas; para tener intimidad de múltiples colores, lejos de la recámara. La amistad tiene menos condiciones que el amor erótico. Con los amantes, podemos estar luchando, comportándonos, adaptándonos para desempeñar un papel de deseabilidad. Estamos más cómodos con nuestros amigos, somos más capaces de ser nosotros mismos que con nuestros amantes, y así es como debería ser. Los roles que tenemos con nuestros amantes tienen parámetros muy específicos. Hacemos trueques por la intimidad física que no se requieren con nuestros amigos, no más de lo que requerimos que nuestros amigos nos digan que somos atractivos, que desean nuestros cuerpos, o que nos vean maravillados a la luz de las velas.

Los amigos difieren de los amantes eróticos de formas clave, pero en otras son idénticos. Como los celos, uno de los peores demonios de Eros. La posesividad que acorrala a nuestros amantes es la misma que trata de atar a nuestros amigos. En el amor romántico, los celos pueden llevar al sexo, dándole un valor y significado agregados. En la amistad los celos no tienen otra salida además del alejamiento y curar nuestras heridas, la conciencia humillada (en el amigo celoso) de haber estado en la película equivocada. He amado a muchos amigos en mi vida, a veces de forma desproporcionada, incluso apasionada, y con todos he tenido que aprender un cierto grado de restricción.

Agnes y yo nos enamoramos el día que nos conocimos. Ella usaba un gorrito porque su cabello estaba sucio y se sentó encorvada del otro lado de la cafetería para tener una cita arreglada por su novio, a quien había conocido en una conferencia. Agnes y yo empatizamos con nuestras ambiciones artísticas, así como por los traumas de nuestro pasado, con el fervor rápido que derrumba los muros de dos personas que se están enamorando. Nuestra atracción era palpable, alegre, intensa y limitada por nuestros compromisos con otras personas. La ausencia del sexo solo hacía que el calor fuera más fuerte. Éramos libres para coquetear sin peligro, alimentando el maratón de “mentes”, con mucha seducción, el deleite de los amigos platónicos que pueden adorar sus mentes de forma desvergonzada sin riesgo (“¡yo te amo más!” “¡no, yo te amo más!”), satisfaciendo la necesidad de la devoción sin la necesidad de hacerlo funcionar.

Amaba a Agnes ferozmente, más que a cualquier pareja romántica que hubiera conocido hasta entonces, y ella decía sentir lo mismo por mí. Escribíamos notas de amor y hablábamos por teléfono todas las mañanas. Nos guardábamos recortes de prensa y libros, compartíamos Días de dar Gracias, vacaciones y terapeuta. Me obsesionaba con ella cuando estaba lejos y me emocionaba, era demasiado feliz probablemente, cada vez que la veía. Durante un susto en un vuelo trasatlántico, cuando su vuelo cayó varios pies en el aire y Agnes pensó (me dijo después) que eso podría ser todo, su vida pasó delante de sus ojos. Se sentó ahí haciendo un inventario de todas las cosas que agradecía en su vida, y ser mi amiga, tenerme en su vida estaba en su lista. Esto me convenció de que éramos novios del alma, casados en espíritu, y me sumió más en un sentimiento revuelto demasiado complicado para la amistad pero de alguna forma incontrolable. Por supuesto, no quería controlarlo.

Hay una razón por la que Eros, el dios travieso, era considerado por los griegos como hermano del caos. Los antiguos entendían el poder caótico en que todas las formas de amor nos deja despeinados, desequilibrados y rotos. El deseo erótico es fuerte y salvaje; el amor de los amigos es más familiar (como en las familias sanas), contenido, incondicional, balanceado y domado. Pero cuando la amistad es tanto familiar como salvaje tenemos un animal peligroso en las manos. No es muy diferente con los amigos, excepto que el objeto del deseo no deberían de ser ellos. Los amigos pueden estar uno al lado del otro, no viéndose a los ojos como hacen los amantes, sino más ahí por los intereses comunes. Este es el límite que Agnes y yo habíamos estado cruzando, borrando a propósito, confundiendo nuestra pasión. No queríamos tener sexo. Queríamos tener una visión juntos, trabajar juntos, cambiar al mundo juntos, alentarnos en el arte y el romance. Como muchos amigos que están fascinados confundimos estas señales y caímos en patrones eróticos que casi terminaron la amistad.

Cuando enfocamos nuestra sed de amor en nuestros amigos (incluso cuando tenemos parejas románticas) amenazamos la integridad de la amistad y entramos en una relación peligrosa.

Esto no quiere decir que el sexo entre amigos nunca funciona. Una amiga de la familia a quien llamaré Marta, duerme con su mejor amigo y excompañero de departamento en la universidad cada que va a Polonia. Raúl, el ex es soltero y un mujeriego, pero es encantador y Marta disfruta su compañía y su cuerpo. Cuando no tienen escapadas en la casa de Raúl en Crater Lake, él cuida la TI del negocio de flores de Marta en Toronto. Hablan por teléfono cinco días a la semana (más que muchos novios y novias que conozco) pero no están enamorados. Comparten un interés en común e intenso, tener escapadas románticas y una compatibilidad erótica. Marta nunca ha sentido la “angustia” por sus quedadas a dormir trianuales con Raúl. De vez en cuando, los adultos pueden tener arreglos ante la incredulidad de personas menos evolucionadas, como aquellos de nosotros con problemas de celos. Pero esta es una excepción.

Afortunadamente, Agnes y yo aún somos cercanos. Después de un periodo de relativa distancia (mutuamente acordada por mis celos infantiles), retomamos nuestro vínculo y pusimos nuestra profunda amistad en el carril correcto. Ahora cuando Agnes me cuenta sobre sus hombres, me siento feliz, no celoso y realmente espero que encuentre la felicidad con alguien que la merezca, alguien que pueda poner un puente entre el caos de Eros y ser un verdadero amigo para ella también, un hombre que vea en sus ojos y también esté a su lado, conquistando el mundo juntos. Un amante puede hacer eso. Un amigo no.

A version of this article originally appeared in English.

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Acerca de
Mark Matousek

Mark Matousek es autor de dos memorias Sex Death Enlightenment yThe Boy He Left Behind.

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