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Verificado por Psychology Today

Stephen A. Diamond Ph.D.
Stephen A. Diamond Ph.D.
Enojo

Qué es el trastorno del enojo y qué podemos hacer al respecto

Estudios de caso sobre el Trastorno explosivo intermitente y otros estados agresivos.

Los tratamientos psiquiátricos utilizados con más frecuencia para el comportamiento violento, iracundo o agresivo son Trastorno de Oposición Desafiante, Trastorno de Déficit de Atención / Hiperactividad y Trastorno de Conducta (en niños y adolescentes), Trastorno Psicótico, Trastorno Bipolar, Trastorno de Personalidad Antisocial, Limítrofe, Paranoide y Narcisista, Trastorno de Adaptación con Alteración de la Conducta y Trastorno Explosivo Intermitente. Este último diagnóstico es un trastorno de control de impulsos caracterizado por un constante “fracaso para resistir los impulsos agresivos que resultan en actos graves de asalto o destrucción de propiedad”. De todos los diagnósticos relacionados, este es el que se acerca más a describir con precisión las explosiones incrementales de violencia que estamos presenciando actualmente. Es un trastorno clásico de ira. De acuerdo con un estudio reciente por parte del sociólogo Ronald Kessler en la Escuela de Medicina de Harvard, este trastorno de la ira está elevándose, y podría estar presente en más de quince millones de estadounidenses. Y esto es solamente la proverbial punta del iceberg.

Por definición, en el Trastorno Explosivo Intermitente, “el grado de agresividad expresada durante un episodio está gravemente fuera de proporción con cualquier provocación o estresante precipitante psicosocial”. Este es precisamente el caso en muchos de los tiroteos en años recientes. Pero una diferencia es que algunos no reportan historiales previos de episodios agresivos. Típicamente, el perpetrador, con frecuencia descrito por amigos, familiares y colaboradores como pasivo, amable y silencioso, se siente provocado por algún insulto, rechazo o evento estresante, corriendo por ahí en una explosión vengativa para restaurar el honor y compensar a su frágil ego por el insulto. Algunos buscan reconocimiento, atención e infamia de manera cínica y nihilista. Pero en cualquier caso, la violencia es una reacción tremendamente exagerada, una detonación nuclear devastadora de agresión, enojo e ira acumulados. ¿Por qué?

Creo que estamos viendo un patrón similar en la mayoría de los otros diagnósticos tradicionalmente aplicados a individuos tan agresivos, violentos e iracundos. El Trastorno de Conducta y de Oposición son manifestaciones de ira subyacente. El humor deprimido e irritable y, el comportamiento frecuentemente maníaco y furioso del Trastorno Bipolar tienen raíces profundas en el resentimiento y enojos inconscientes, así como la hostilidad, berrinches, ira y representación agresiva de los Trastornos de Personalidad Narcisista, Limítrofe y Antisocial. En efecto, yo tiendo a considerar que todos ellos son variaciones del trastorno de la ira y creo que es crucial reconocerlos explícitamente como tal.

Los trastornos de la ira describen comportamientos patológicamente agresivos, autodestructivos y violentos sintomáticos impulsados por una ira o enojo subyacentes reprimidos crónicamente. Los trastornos de la ira resultan principalmente de un mal manejo del enojo a largo plazo, un proceso en el que el enojo normal existencial, crece insidiosamente con el tiempo y se convierte en resentimiento, amargura, odio e ira destructiva. Los trastornos de la ira también pueden ser causados o exacerbados por discapacidades neurológicas y abuso de sustancias, ambas pueden inhibir la habilidad propia de resistir impulsos violentos, iracundos o agresivos.

Pero en su mayoría, los trastornos de la ira no pueden achacarse a un mal en la neurología, genes o bioquímica. Surgen de un fracaso de reconocer y atender conscientemente el enojo conforme surge antes de que se vuelva patológico y peligroso, empezando con la infancia. ¿Quién es el culpable de este fracaso? Nosotros lo somos. Hasta cierto punto, nuestra sociedad condena y denigra la demostración del enojo como algo negativo, inválido o malvado, ignorando y negando sus posibles potencialidades, somos en parte responsables por la carnicería subsecuente. A medida que los profesionales de la salud mental seguimos evitando la confrontación directa de la ira en nuestros pacientes, eligiendo en su lugar medicar, modificar conductualmente o racionalizar cognitivamente el enojo para eliminarlo, los médicos también agravamos el problema.

¿Cómo podemos lidiar mejor con los trastornos de la ira y muchos otros trastornos mentales relacionados con el enojo? Primero, debemos reconocer que cierta cantidad de enojo es una emoción humana válida, necesaria, apropiada e inevitable.

La cuestión no trata de si experimentamos enojo o no, sino de la manera en la que lidiamos con ello. Mientras que es cierto que nuestras creencias y expectativas irreales o irracionales comunes sobre la vida pueden hacernos sentir innecesariamente frustrados o enojados en ocasiones, como ilustra Albert Ellis en su Terapia Conductual Emotiva Racional, las personas siempre tienen que enfrentarse a su propio enojo. El enojo es una garantía existencial. Una emoción humana arquetípica. La represión o supresión crónica del enojo es contraproducente y, a fin de cuentas, inútil y peligrosa. Esta es la razón por la que nosotros, como cultura, necesitamos incitar la aceptación del enojo como un fenómeno natural, y enseñarle a los niños, adolescentes y adultos jóvenes la manera de manejarlo y expresarlo de maneras más constructivas.

Eso es especialmente cierto para pacientes que sufren y causan sufrimiento a aquellos a su alrededor. El enojo subyacente debe reconocerse, aceptarse y entenderse conscientemente, y su energía indestructiblemente dinámica redirigirse hacia una actividad creativa o positiva.

Mientras que puede terminar por hundirse todavía más haciéndola doblemente peligrosa, no va a desaparecer o irse de la nada, sin importar cuántos medicamentos, meditación, intelectualización o reestructuración cognitiva hagamos. Nuestro enojo está aquí para quedarse. La única pregunta real es qué vamos a hacer con él.

A version of this article originally appeared in English.

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