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Verificado por Psychology Today

Inteligencia

¿La religión nos hace tontos?

El antiintelectualismo tiene poco que ver con la inteligencia.

Fuente: Foto de la Casa Blanca, dominio público
Contradiciendo a expertos médicos, Donald Trump a veces a descartado usar cubrebocas durante la pandemia de Covid.
Fuente: Foto de la Casa Blanca, dominio público

Seamos honestos, la idea ya debe haber pasado por la mente de cualquiera que observe a la sociedad estadounidense: que el estado disfuncional de la nación es resultado de una estupidez generalizada. Las personas, con frecuencia mal informadas y con poca educación, están obteniendo precisamente la democracia que merecen.

Tal vez el pensamiento surgió cuando viste ese terrible debate presidencial que los expertos han llamado “una desgracia” y “una vergüenza para la posteridad”. El discurso público ha ido en declive por tanto tiempo que era obvio que llegaría hasta ahí, ¿verdad? Un autogobierno efectivo requiere un público inteligente e interesado y parece que el electorado estadounidense no cumple con esas características. Con amplios segmentos de la población rechazando descaradamente los hechos y la ciencia, ya sea que el asunto sea el cambio climático, la evolución, el coronavirus o la teoría de conspiración más reciente, no es sorprendente que la disfunción política y social estén por todas partes.

Visto de esta manera, es tentador acusar al déficit intelectual colectivo de la población estadounidense por el circo en el que se ha convertido la democracia. Sin embargo, la verdad es que hay pocas evidencias que respaldan la noción de que los estadounidenses son en su mayoría estúpidos. Puede que las medidas objetivas de inteligencia sean controversiales, provocando preguntas sobre una verdadera objetividad y sesgos culturales, pero es difícil encontrar alguna que sugiera que los estadounidenses carecen de altos niveles de IQ en comparación con otros países.

De ser así, es todavía más desconcertante que los estadounidenses tengan índices más altos de creencia en el creacionismo que la mayoría de los países industrializados. Cuatro de cada 10 estadounidenses creen que los humanos fueron creados en su forma presente hace alrededor de 10,000 años. La evolución por selección natural es una piedra angular de la biología moderna, pero es “controversial” para las escuelas estadounidenses. De manera similar, amplios segmentos de la población siguen sin aceptar que la actividad humana contribuye considerablemente al cambio climático, a pesar de que no hay ningún debate serio sobre el asunto en la comunidad científica.

Fuente: Seth Andrews, usada con permiso
El Museo de la Creación, donde los visitantes reciben una percepción bíblica del mundo que contradice a la ciencia.
Fuente: Seth Andrews, usada con permiso

Nevertheless, if we examine the rejection of science closely, we find that it is not rooted in stupidity. The dad

Sin embargo, si evaluamos el rechazo a la ciencia de cerca, encontramos que no tiene su origen en la estupidez. El papá que lleva a su familia al Museo de la Creación a ver a cavernícolas pasando el tiempo con los dinosaurios podría sorprenderte con sus habilidades intelectuales, ya sea al recitar estadísticas deportivas desconocidas de memoria, analizar problemas o ideas complejos en su trabajo, o construir una adición impresionante a su hogar en su tiempo libre. Y esa mamá que pelea contra los administradores para establecer un grupo religioso en la escuela pública de su hijo, propagando creencias fundamentalistas y rechazando la enseñanza de la ciencia a la próxima generación, podría haber sido la mejor de su clase en la preparatoria.

Para entender el antiintelectualismo estadounidense, es importante entender que las personas inteligentes pueden aferrarse a ideas tontas. A nivel social o individual, esto pasa cuando se reúne una mezcla adecuada de factores. El primer factor es nuestra propia composición: todos los humanos son hasta cierto punto biológicamente propensos hacia la flojera intelectual, la toma de decisiones emocionales, el sesgo de confirmación y otros impulsos naturales que suelen obstruir el pensamiento crítico.

Pero, más allá de los elementos biológicos, también hay varios factores ambientales que pueden reforzar o debilitar tendencias antiintelectuales. Por ejemplo, el grado en el que la familia propia acepta la educación y el pensamiento crítico es un factor importante para muchos. Además, es importante notar que la existencia de instituciones culturales influyentes que promuevan el antiintelectualismo podría resultar en una población que, sin importar sus habilidades intelectuales brutas, puede parecer ignorante de muchas maneras.

Para este último punto, como señaló hace mucho Richard Hofstadter en su libro ganador del Pulitzer, Antiintelectualismo en la vida estadounidense, la correlación entre religiones fundamentalistas y el antiintelectualismo no se puede ignorar. Si las creencias religiosas fuertes rechazan hechos científicos bien establecidos que chocan con una doctrina teológica, no se valorará. Como argumentó Hofstadter hace un siglo, esto por sí solo ayuda a explicar mucho del antiintelectualismo. Actualmente, la religión está en declive generalizado en todo Estados Unidos, el país sigue siendo el más religioso del mundo desarrollado y sus instituciones cristianas fundamentalistas son particularmente poderosas.

Otros factores culturales también pueden contribuir a hacer que una sociedad de personas inteligentes parezca sorprendentemente carente de inteligencia. La calidad y fiabilidad del periodismo y otros medios noticiosos, por ejemplo, será un factor en la manera en la que piensa la población. Y la seguridad económica (o falta de ella) de la población también es un factor a considerar. Las prioridades intelectuales tienen más probabilidades de tomar el asiento trasero ya que uno vive bajo estrés constante, en temor a la pobreza, sin atención a la salud o con más de un trabajo solo para pagar las cuentas. Y, por supuesto, la tecnología en constante evolución también es un factor, consideremos cómo las redes sociales y los teléfonos inteligentes han influido el diálogo público en tan solo una generación.

Todos estos factores y muchos otros le dan forma a nuestros valores, como individuos y como sociedad, con respecto al pensamiento crítico. Si empezamos a evaluar a Estados Unidos bajo el contexto de algunos de ellos, dejando de lado el factor de religión conservadora ya mencionado, encontramos una nación actualmente que, a diferencia de generaciones anteriores, se informa cada vez más mediante noticias del cable, radio de opinión y redes sociales de dudosa calidad. Tal vez más importante aún, encontramos una nación en donde la inseguridad económica y la inequidad están obteniendo cada vez más prevalencia, resultando en más miedo y ansiedad.

Estos fenómenos y otros pueden unirse para crear una atmósfera que devalúa el pensamiento crítico y los discursos racionales. Cuando esto pasa, el resultado es un antiintelectualismo como un rasgo de personalidad definitorio, y esto ocurre sin importar la inteligencia subyacente de la persona o la sociedad involucrada.

Como tal, si el siguiente debate político carece de un discurso profundo y en su lugar parece un show de comedia, no culpemos a la inteligencia del público. La estupidez no es lo que ha degenerado el panorama político y social de Estados Unidos. El fracaso de las instituciones para generar una apreciación honesta de la inteligencia como valor cultural es lo que los deja luciendo como estupidez.

A version of this article originally appeared in English.

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Acerca de
David Niose

David Niose, antiguo presidente de la American Humanist Association, es abogado y autor.

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