La sabiduría es una de esas cualidades que es difícil de definir, porque abarca muchas cosas, pero que la gente generalmente reconoce cuando la encuentra. Y se encuentra de manera más obvia en el ámbito de la toma de decisiones.
Los psicólogos tienden a estar de acuerdo en que la sabiduría implica la integración del conocimiento, la experiencia y la comprensión profunda, así como la tolerancia por las incertidumbres de la vida. Hay una conciencia de cómo se desarrollan las cosas a lo largo del tiempo y confiere una sensación de equilibrio.
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Las personas sabias generalmente comparten el optimismo de que los problemas de la vida se pueden resolver y experimentan cierta calma al enfrentar decisiones difíciles. La inteligencia puede ser necesaria para la sabiduría, pero definitivamente no es suficiente; la capacidad de ver el panorama general, el sentido de la proporción, la humildad intelectual y una considerable introspección también contribuyen a su desarrollo.
La sabiduría puede adquirirse solo a través de la experiencia, pero por sí misma, la experiencia no confiere sabiduría automáticamente. Los investigadores continúan investigando los procesos sociales, emocionales y cognitivos que transmutan la experiencia en sabiduría.
Están surgiendo numerosas teorías para intentar medir y modelar la sabiduría. El psicólogo del desarrollo Paul Baltes concibe la sabiduría como la experiencia derivada de cinco componentes clave (rico conocimiento procedimental, rico conocimiento fáctico, comprensión de diferentes contextos de la vida, conciencia del relativismo de valores y prioridades, y la capacidad de reconocer y gestionar la incertidumbre). La socióloga Monika Ardelt cree que los individuos desarrollan la sabiduría como características de personalidad que abarcan la reflexión, la compasión y la búsqueda de la verdad. El psicólogo Robert Sternberg entiende la sabiduría como equilibrio entre uno mismo y los demás para que las acciones estén dirigidas al bien común.
La sabiduría abarca componentes cognitivos, como el conocimiento y la experiencia, componentes reflexivos o la capacidad de examinar tanto situaciones como a uno mismo, y componentes prosociales, es decir, benevolencia y compasión. La sabiduría también está relacionada con habilidades como la toma de perspectiva, la mente abierta y la humildad intelectual.
El conocimiento y la inteligencia son componentes importantes de la sabiduría, pero la sabiduría es más profunda que internalizar hechos, teorías o procesos. La investigación sugiere que no es la inteligencia la que explica la variación en el desempeño relacionado con la sabiduría, sino los rasgos de personalidad. La experiencia de vida es uno de los predictores más sólidos de la sabiduría.
Mucha gente cree que la sabiduría proviene de la edad avanzada, pero la realidad es más compleja. Algunas investigaciones encuentran que la sabiduría aumenta hasta mediados de los 20 y luego permanece bastante estable hasta alrededor de los 75 años, cuando comienza a declinar. En general, la vejez no parece ser necesaria ni suficiente para la sabiduría; lo que importa más puede ser la motivación para perseguir su desarrollo.
Las experiencias difíciles ciertamente brindan potencial de crecimiento, pero no confieren sabiduría automáticamente. La sabiduría se adquiere solo aprendiendo de la experiencia. Tanto la investigación como la observación clínica sugieren que las personas que se esfuerzan por procesar la adversidad, derivar significado de ella y permitirle catalizar el cambio son las personas para quienes las dificultades conducen a la sabiduría.
La cultura puede influir en qué rasgos se consideran virtuosos y en la educación que reciben las personas. Por ejemplo, la cultura estadounidense pone un mayor énfasis en los logros, mientras que la cultura japonesa valora más la toma de perspectiva. La experiencia contribuye sustancialmente al desarrollo de la sabiduría y la cultura informa qué experiencias tienen las personas y cómo las manejan.
La sabiduría surge en gran medida de la reflexión sobre la experiencia pasada. Las personas sabias incorporan observaciones y opiniones pasadas en un estilo de pensamiento más matizado, considerando múltiples perspectivas en lugar de opciones en blanco y negro. Estar abierto a nuevas formas de pensar, esencialmente desafiar el status quo, puede ser un sello de sabiduría y ayudar a cultivarlo.
El equilibrio también es un componente clave. Las personas sabias generalmente actúan en nombre del bien común, pero también se aseguran de que se satisfagan sus propias necesidades, esforzándose por lograr la armonía entre demandas y objetivos en competencia. Las personas sabias también buscan comprender los motivos de los demás, en lugar de simplemente juzgar su comportamiento. Además de fomentar la comprensión y el respeto a los demás, la sabiduría puede proporcionar un sentido de propósito satisfactorio.
La sabiduría se puede adquirir mediante una combinación de experiencia y educación. Vivir experiencias como tomar decisiones profesionales importantes o resolver conflictos dolorosos en las relaciones proporciona un mayor conocimiento, y aprender a pensar críticamente y ampliar la perspectiva en un entorno educativo también puede ayudar a perfeccionar la habilidad.
Al abordar una decisión, la mentalidad abierta, la toma de perspectiva y la humildad intelectual pueden ayudarnos a llegar a una conclusión inteligente. Estas características crean una imagen más amplia, revelando factores contextuales que pueden ayudar a identificar un ajuste entre las demandas de la situación específica y el conocimiento que podamos tener sobre cómo manejar diferentes situaciones.
Aunque a menudo se percibe que la sabiduría llega con la vejez, cualquiera puede trabajar para cultivar el rasgo ahora mismo. Identificar y expresar valores, ser honesto con uno mismo y con los demás, concentrarse en el proceso en lugar de en el resultado, aprender de los errores y creer que tenemos una contribución que hacer al mundo puede ayudar a convertirnos en personas más sabias.
La sabiduría puede tomar muchas formas, incluida la sabiduría práctica (por ejemplo, Abraham Lincoln y Benjamin Franklin), la sabiduría filosófica (por ejemplo, Sócrates y el rey Salomón) y la sabiduría benévola (por ejemplo, la Madre Teresa y Martin Luther King Jr.). Según la investigación, la sabiduría práctica es la que suele resonar con la mayoría de las personas: visionarios que brindan información y trabajan estratégicamente para resolver problemas sociales.
Los filósofos históricos como Sócrates creían que los individuos sabios debían luchar por transmitir esa cualidad a los demás y que, por lo tanto, los individuos eran intrínsecamente sabios o virtuosos. Pero algunos estudiosos de hoy conciben la sabiduría como una habilidad que se puede enseñar, impartiendo habilidades de pensamiento crítico y la importancia de la reflexión, la perspectiva y la experiencia de vida.