Cognición
¿Por qué todavía leemos libros?
Los humanos parecen tener la necesidad primordial de narrativa y palabra escrita
15 de mayo de 2024 Revisado por Devon Frye
Los puntos clave
- Se predijo que la lectura de libros se extinguiría debido a la tecnología digital.
- Leer libros sigue siendo una actividad popular en la era digital.
- La lectura parece ser un impulso humano básico arraigado en la cognición.
Cuando en la década de 1990 quedó claro que la cultura digital transformaría la vida cotidiana, muchos críticos predijeron que los libros seguirían el camino del caballo y la calesa. Sostuvieron que los libros, y la cultura impresa en general, pronto serían vistos como anacronismos en un mundo en el que la información se envía y recibe mediante tecnología más avanzada, haciéndose eco de los expertos que expresaron una opinión similar cuando apareció la televisión medio siglo antes.
Sin embargo, la cultura impresa no se ha vuelto obsoleta y la lectura de libros, tanto en formato impreso como digital, sigue siendo una actividad popular. De hecho, las ventas de libros han sido sólidas en los últimos años, en parte debido a la pandemia. Las ventas de libros impresos aumentaron un 9 por ciento en 2021, según Publishers Weekly, y el mercado se ha mantenido fuerte desde entonces.
¿Por qué esto es así? ¿Qué tienen los libros, que han existido de alguna forma desde el año 500 a. C. (como pergaminos escritos a mano), que los convierten en una característica esencial de la condición humana?
Mentes brillantes han ofrecido algunas respuestas a estas preguntas, una de ellas es Carmen Martín Gaite, quien expresó sus puntos de vista en 1989. “La lectura proporciona una visión de un mundo secreto que libera de las presiones hostiles del entorno, de las rutinas y engaños que produce el enfrentamiento con la realidad”, escribió, habiendo experimentado ese sentimiento especial a una edad temprana.
Era irónico que este “premio otorgado por la lectura”, como lo describió Gaite, fuera reconocido y apreciado en un momento en que sentarse a leer un libro ya era visto por algunos como una práctica anticuada, incluso absurda. La concentración requerida por la lectura deliberada brindaba una sensación de calma en un mundo cada vez más frenético, sostuvo Gaite, considerando la oportunidad de escapar del ruido y el caos y abrazar la soledad como “una hazaña milagrosa”.
En su libro Lost in a Book: The Psychology of Reading for Pleasure de 1988, Victor Nell dijo más o menos lo mismo. Para Nell, la lectura era, al comenzar su libro, “tan conmovedora, colorida y transfiguradora como cualquier cosa que exista en el mundo real” y una rara oportunidad de “adquirir la paz, volverse más poderoso y sentirse más valiente y sabio”.
Además de estas reflexiones, Nell proporcionó estadísticas extraídas de investigaciones clínicas que aportaban evidencia a su argumento de que la lectura ofrecía beneficios psicológicos a quienes se tomaban el tiempo para hacerlo. La lectura no era sólo una experiencia alegre sino casi universal, señaló, dando a entender que existía un impulso humano básico tanto para producir como para consumir narrativa. La investigación demostró que perderse en un libro, como sugiere el título, era bueno tanto para el cerebro como para el cuerpo, algo que los lectores devotos ya sabían.
El cuestionamiento del papel de la lectura en la era digital provocó una avalancha de pensamientos que ofrecieron profundas ideas sobre por qué las personas eligieron dedicar su valioso tiempo a mirar palabras en un libro o en una pantalla. ¿Por qué leer en lugar de ver una película, escuchar música o dar un paseo por el parque?
Barbara Herrnstein Smith hizo esa buena pregunta y proporcionó algunas respuestas igualmente buenas. Para ella, la lectura era esencialmente una especie de exploración del entorno, es decir, un intento visual de determinar qué era bueno o malo en el mundo. Las personas escanean el entorno todo el tiempo de esta manera, un instinto natural de evaluar las señales para obtener información que podría ser útil.
Como actividad cognitiva, la lectura podría servir para todo tipo de propósitos, y algunos particulares dependen del motivo del individuo en relación con el material. “Lo que la lectura puede hacer depende tanto de quién lee como de lo que se lee”, escribió Smith, con “historias personales, culturales e intelectuales, situaciones, intereses y ansiedades distintivos, y fisiologías distintivas, incluido el cableado cerebral”, entrando en la ecuación.
Durable, resiliente y de alguna manera resistente a fuerzas externas, la lectura sigue siendo en esencia un esfuerzo humano fundamental, y los informes sobre su muerte inminente son muy exagerados. Leer libros, ya sean de ficción, no ficción o cualquier cosa intermedia, no es sólo un santuario de la tormenta cultural sino un agente curativo y terapéutico que parece estar basado en la química del cerebro.
A version of this article originally appeared in English.